La invasión a Ucrania no es un asunto menor.
En 2003 visité el pequeño país de Eslovaquia, que tenía una decena de años de haberse separado de su hermano mayor la República Checa y una docena de años de haberse independizado conjuntamente de la URSS. Estaba también en la antesala de su ingreso a la Unión Europea y viviendo el augurio de un futuro mejor como miembro en pleno derecho de un club de países ricos. La Eslovaquia de 2003 era muy distinta a la que encontré al volver a visitar ese país, en 2018, cuando lo que encontré fue una Bratislava modernizada, próspera, de altos edificios sobre cuyos cristales se reflejaba un impoluto cielo azul en su zona financiera y cuyos tranvías sabían ya llegar a tiempo. Ese año también estuve en los países bálticos, a saber, Letonia, Lituania y Estonia, y en Finlandia. Viajé después desde Helsinki a Rusia por tierra, ante la sorpresa de mis amigos fineses que, estando a unas horas de una ciudad tan espectacular como San Petersburgo, sentían una profunda animadversión por Rusia, por el puebl...