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La experiencia más bella

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Imagina cómo es el amor que seas capaz de sentir en un mismo momento como un todo que te envuelve por completo y que es la totalidad de la realidad. ¿Y toda la compasión? ¿Y toda la gratitud? Volver al pasado y ver a tus padres como se veían cuando eras un niño y a tus amigos años atrás, en tu niñez, en tu adolescencia. Sentir la esencia de todos ellos en ti, la sensación de estar siempre acompañado y un sentimiento de amor y fraternidad que nunca habías experimentado con tanta intensidad en toda tu vida, que te hace darte cuenta de lo afortunado que eres por tener a tu alrededor a tantas personas que te quieren y que te aprecian. Ahora imagina también cómo es sentir la esencia de aquellos que ya partieron como un algo que lo cubre todo en la más absoluta omnipresencia: la esencia de tu hermano, de tus abuelos, de tus tíos, y darte cuenta de que viven en ti, que siempre te acompañan, que nunca te han dejado solo y que te lo hacen saber, que te lo transmiten en ese momento de una manera

Atención plena

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Cuando estaba en mis 20s bastaba con salir un poco de lo rutinario, ir a algún lugar boscoso cerca de Morelia o quizás a alguno muy lejano, en un país extraño de ultramar, para sentir una renovada pulsión por descubrirlo y verlo todo. Como un niño de unos pocos años, explorar el inabarcable mundo con curiosidad era lo que nutría mi espíritu de buenos momentos. Tristemente, durante alguna parte de mis 30s me empezó a parecer que cualquier paisaje nuevo ya no lo era tanto. Y no es que súbitamente hubiera dejado de apreciar la belleza o de disfrutar de un buen viaje, sino que simplemente mi capacidad de asombro había estado yendo poco a poco a menos. Quizás el haber visto tanto y tan variado a lo largo de los años me había ido desconectando lentamente de aquello que antes me maravillaba. Me estaba ocurriendo algo similar a lo que pasa cuando visitamos un museo antropológico por largo tiempo: toda pieza arqueológica comienza a parecer la misma después de una o más horas de recorrer intermi

Letter to Hannah

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Hi Hannita, Hope you are doing great. During the last few months I've been doing research on therapy with psychedelics, particularly with psilocybin, a.k.a. magic mushrooms. I was willing to try them back in Mexico (sessions in Oregon are so expensive and in Mexico you find this stuff for free hehe). Last Sunday I was walking in Venice Beach and I saw a shop that sold chocolate bars and gummies with psilocybin. I bought a bar. I tried it on Monday after work. Not for fun or in a recreational way, but laying down covering my eyes the whole time to see my mind, my subconscious, what lays deep inside. It lasted 4 hours. I saw the most mind blowing landscapes I could have ever imagined and I went back to my past. I saw my childhood, laying down on my dad's shoulder at age 5 and feeling his warmth, I saw all my friends, my brother telling me that he was with me all the time with his overwhelming presence and light, I saw my grandparents and uncles that have passed away saying hi, ho

In Praise of Melancholy

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Melancholy is not rage or bitterness; it is a noble species of sadness that arises when we are properly open to the idea that suffering and disappointment are at the heart of human experience. It is not a disorder that needs to be cured; it is a tender-hearted, calm, dispassionate acknowledgment of how much agony we will inevitably have to travel through. Modern society’s mania is to emphasize buoyancy and cheerfulness. It wishes either to medicalize melancholy states –and therefore “solve” the problem- or to deny their legitimacy altogether. Yet melancholy springs from a rightful awareness of the tragic structure of every life. We can, in melancholy states, understand without fury or sentimentality that no one truly understands no one else, that loneliness is universal and that every life has its full measure of shame and sorrow. The melancholy knows that many of the things that we most want are in tragic conflict: to feel secure and yet to be free; to have money and yet not to be b

La invasión a Ucrania no es un asunto menor.

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En 2003 visité el pequeño país de Eslovaquia, que tenía una decena de años de haberse separado de su hermano mayor la República Checa y una docena de años de haberse independizado conjuntamente de la URSS. Estaba también en la antesala de su ingreso a la Unión Europea y viviendo el augurio de un futuro mejor como miembro en pleno derecho de un club de países ricos. La Eslovaquia de 2003 era muy distinta a la que encontré al volver a visitar ese país, en 2018, cuando lo que encontré fue una Bratislava modernizada, próspera, de altos edificios sobre cuyos cristales se reflejaba un impoluto cielo azul en su zona financiera y cuyos tranvías sabían ya llegar a tiempo. Ese año también estuve en los países bálticos, a saber, Letonia, Lituania y Estonia, y en Finlandia. Viajé después desde Helsinki a Rusia por tierra, ante la sorpresa de mis amigos fineses que, estando a unas horas de una ciudad tan espectacular como San Petersburgo, sentían una profunda animadversión por Rusia, por el puebl

Dos relatos muy breves

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 Un relato muy breve Una calurosa tarde, en Padua, lo llevaron a la azotea y pudo ver la ciudad desde lo alto. En el cielo había vencejos de chimenea. Al cabo de un rato oscureció y encendieron los reflectores. Los demás bajaron y se llevaron las botellas con ellos. Él y Luz los oían desde el balcón. Luz se sentó en la cama. Se sentía tranquila y fresca en la noche calurosa. Luz estuvo tres semanas en el turno de la noche. Se lo permitieron con mucho gusto. Cuando lo operaron, ella se encargó de prepararlo para la mesa de operaciones; y bromearon con lo de amigo o enema. Se sometió a la anestesia con el firme propósito de controlarse y no parlotear de cualquier cosa al llegar los momentos de estúpida locuacidad. Cuando comenzó a andar en muletas, él solía tomarse la temperatura para que Luz no tuviera que levantarse. Había pocos pacientes, y todos lo sabían. Apreciaban a Luz. Cuando él regresaba por los pasillos imaginaba a Luz en su cama. Antes de regresar él al frente, entraron

La incertidumbre lo es todo

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Como seres humanos estamos continuamente buscando la seguridad emocional, la seguridad laboral, la seguridad económica, o cualquier asidero que nos haga sentir que no andamos a tientas y sobre arenas movedizas. Pero la vida es otra cosa y da sorpresas. Nadie puede dar por sentado que seguirá con vida el próximo año, que continuará en el mismo trabajo o que algo catastrófico, una enfermedad o un accidente, no aguardan a la vuelta de la esquina. A mayor escala, nada más paradigmático y revelador que pertenecer a una generación que daba por sentadas la paz, la seguridad y el progreso, y que en el último año y medio ha visto cómo de la noche a la mañana puede todo salirse mucho de control, cerrando fronteras, echando la cortina a los negocios, mandando a millones de niños a estudiar en casa y haciéndonos temerosos del otro. Los planes, las perspectivas de una vida mejor y de querer hacer tal o cual cosa en tal o cual plazo, están igualmente y en cierta medida sometidos a los designios de