Soñar en grande
Mi vida, tan frágil, tan limitada, tan poco interesante, tan
de un instante en la historia del universo, de un universo que se expande incesante
y para el que nada somos, tan poca cosa en un planeta poblado por casi 8 mil
millones de congéneres que luchan cada día por un algo, ya sea un sueño o una
esperanza, ya sea únicamente por sobrevivir porque así les tocó vivir y no tienen sobre
la mesa más pábulo que un tazón de arroz o un platito de cuscús. Mi vida, que
se va, como la de cualquiera, en lo que un suspiro y cuyos años transitan a una
velocidad tan rápida como imperceptible, no busca mayor trascendencia, mayor
significado, que el de pasarlo bien y ser bueno bajo la moral judeocristiana
que nos rige, bajo el yugo y el arropo del capitalismo, que es lo que hay. No
queda más, en fin, que pasarlo bien o al menos intentarlo con fervor. De los 18
a los 35, es decir, del inicio de la segunda mitad de esta vana vida a la fecha,
fue querer verlo y vivirlo todo, dejándome la juventud en cada rincón posible
de este bello mundo, gozándola, bebiendo y trasnochando cuando valió la pena,
pasando de una cama a otra como si nada más importara, o enamorándome y sabiéndome
querido aunque fuese sólo por unos cuantos meses o un par de breves años. Una
vida a tope, sin caer en excesos innecesarios que me arrojasen al vacío, porque
de haberme dejado llevar quizás estaría viviendo bajo un puente y no imaginando
el futuro. Una vida sin nada de particular, con sus etapas y sus personas
entrando y saliendo todo el tiempo, gente querida a la que tuve que dejar ir y
conservar en la memoria porque todo siempre tuvo una fecha de caducidad que se
llegó muy pronto. De entonces a estos días había sido vivir sin un techo
permanente, sin hacer nuevas amistades con las que convivir cara a cara por
años porque siempre se interpuso una mudanza y sin un remolque, alguna mujer única
o algún hijo que me ataran. Todo esto fue así hasta hace una nada, lo que ha
durado ya la puta pandemia, tiempo en que la vida ha dejado de ser ese periplo
interminable y en que me he propuesto un poco de estabilidad y un ancla, unos
dos o tres años que he de dedicar al trabajo, al ahorro, a la inversión, al
sacrificio del despertador y la rigidez de los horarios. Después será la
gratificación, lo espero confiado, para poder permitirme, acompañado, un road-trip
de mi querida Morelia a Alaska y de vuelta hasta los Cabos y un viaje mochila
al hombro que comience en Cartagena de Indias y termine en Ushuaia, para
después remontar a través de las pampas hasta el Río de la Plata y más allá, hacia
el Brasil profundo. Quisiera ver tantos países y como paisajes, tantas gentes y
culturas, probando toda gastronomía posible, ya con la lente que da la madurez
y las canas (espero que no sean tantas para cuando pueda volver a permitirme
esa vida errática que añoro), y tomarme sin prisa unas cañas y sus respectivas
tapas a los pies del Alhambra, ver un atardecer tras otro en remotos parajes
africanos y volver a recorrer China, ya no sus prósperas provincias costeras, sino
sus ciudades y pueblos del interior, sus cordilleras y sus desiertos, y dejarme
llevar río abajo fluyendo en una barcaza con el cauce del Mekong; resbalar en
un mal paso sobre el hielo firme del lago Baikal y recorrer Indochina de Hanói
a Kuala Lumpur para tomar un avión a Manila, que algún recuerdo del México colonial
debe conservar, y recorrer todos esos países que en algún momento estuvieron
bajo dominio de Gengis Kan, de Tarmelán y de la URSS, caminando sus estepas y
escalando lentamente sus escarpadas montañas, y hacer todo esto y más ya sin la
vitalidad de la primera treintena de años, que fue de mucho beber y mucho
follar, de mucho reír y también de aprender a la mala, pero sí con el ímpetu de
querer verlo y vivirlo todo, como ha sido desde hace tanto tiempo y como
seguirá siendo, hasta el último aliento. Le pido mucho a la vida, ya lo sé,
pero qué otra cosa se puede hacer cuando vida sólo hay una, cuando el tiempo
mismo no da treguas ni segundas oportunidades y cuando todo se dispersa como una
niebla bajo el sol de mediodía.
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