La parte de México (enero a marzo de 2020)
Todo comenzó para México y los mexicanos como una noticia
distante, venida de un país del que poco o nada se sabe, un país cargado de
estereotipos y lugares comunes en el imaginario colectivo. Un virus nuevo surgido
de la nada en una ciudad sabrá Dios en qué parte de China, algo para observar
desde un telescopio por su lejanía, algo para ver comiendo palomitas y a lo que
sigue porque hay cuentas que pagar. Yo, que de sinófilo tengo mucho, seguí la
noticia y los comentarios de mis amigos chinos en sus redes sociales con
interés y sorpresa: un país completo, el más poblado del mundo, encerrado en
sus casas, hospitales construidos en tiempo record, desconfianza hacia la
información del gobierno chino, ¿estarán acaso exagerando las autoridades
chinas, será tan grave como parece? Me lo preguntaba y entre lo que investigaba
se mezclaban el hecho de que en medios occidentales de renombre se esperaba
algo con pocas consecuencias, como ocurrió justamente en 2003 con el
SARS-Covid1 surgido también en China, y saber que el gobierno chino, tecnocrático
y meritocrático como pocos, no tomaba decisiones tan drásticas como las que
estaba tomando así porque sí.
En Occidente en general el asunto fue también cosa de
críticas al autoritarismo del PCCh y en México de voltear para otro lado o de caer
bajo una hipnosis similar a la de quienes ven hamburguesas asarse sobre el
comal. La cosa cambió cuando en Italia se empezó a hablar de unos pocos
centenares de casos nuevos y un par de días después de hospitales colapsados y
muertos. Claro, el sinocentrismo es cosa de chinos (no por nada llaman a su
propio país 中国-zhongguo o Reino del Centro) y si acaso de los pequeños
países de su periferia, por milenios sometidos a la influencia y el poder chinos;
el eurocentrismo, por su parte, es cosa del mundo entero desde hace unos pocos
siglos porque nuestras formas y culturas no se explican sin sus imperios. Con
las noticias llegadas del otro lado del Atlántico un miedo legítimo se empezó a
apoderar de buena parte de la población en México: Italia pidiendo ayuda a sus
socios europeos, socios que ante la crisis dejaron de lado la solidaridad y se
ensimismaron dentro de sus fronteras; Merkel hablando del reto más grande para
el pueblo alemán desde la Segunda Guerra Mundial; Macron y su lenguaje belicoso
llamando a las armas contra un enemigo invisible y España celebrando por todo
lo alto partidos de la Champions League, marchas feministas y cónclaves
partidistas un día antes de decretar, con la sobriedad y el aplomo que ameritaban las circunstancias y su consustancial performance político, el “estado de alerta”, poco
tarde ya para que Madrid no se saliera de control ni llenara sus hospitales
de enfermos y de muertos.
La distancia entre Europa, a la que se ve con envidia y admiración,
a la que aspiramos desde que nos independizamos de la metrópoli (¡qué
contradicción tan curiosa!), es lo suficientemente cercana a nuestro México
como para que por esas calamitosas fechas los titulares de los noticieros se
centrarán en lo que allá pasaba y se diera pie, consecuentemente, a una
especie de histeria colectiva, a compras de pánico y a un sentimiento de total
desamparo ante la reacción de nuestras autoridades, especialmente de nuestro
presidente puto-Peje, quien frente a lo que veíamos todos en directo que
ocurría en otros países, decidió tomarse la incipiente pandemia, las
recomendaciones de la OMS, las advertencias de científicos y expertos (Gatell no ha probado serlo), como si no
tuvieran ninguna importancia. El Estado Laico atropellado por un llamado al uso
de talismanes y oraciones; el “peligro para México” haciéndose realidad cuando
un nuevo y mortal virus, capaz de cerrar las fronteras de Europa y de encerrar
en sus casas a la “fábrica del mundo”, fue tomado a la ligera como si se
tratara de una simple gripa y lo mejor que podíamos hacer era seguir con
nuestras vidas, saliendo, abrazándonos, yendo a restaurantes y bares porque
México era, en voz de ellos, un país especial, estoico, protegido por las
humeantes cenizas bajo los pies quemados de Cuauhtémoc y por la Vírgen Prieta
de Ibargüengoitia (ficciones todas que en tiempos normales ayudan a forjar la identidad nacional, pero que ante una pandemia mundial han probado ser sumamente peligrosas).
Crisis como estas suelen sacar lo mejor y lo peor de todo
mundo: de los actores políticos, de la sociedad civil, de las empresas y las
familias. Marzo y los meses posteriores han probado que estamos lejos de ser
ese país ejemplar, mítico en cuanto a su solidaridad con el otro y a su calor
humano; que hinchamos fácilmente el pecho con frases patrioteras vacías de
significado como la de que “como en México no hay dos”, aunque del Suchiate para
abajo se nos parezcan mucho, prueba de ello es que sólo países como la
República Oriental del Uruguay y Ticolandia han llegado a ser mostrados
internacionalmente como ejemplos de buen manejo de la pandemia.
A finales de marzo el gobierno decretó finalmente la “emergencia
sanitaria” y una parte de la población (la que no tiene necesidad de trabajar o
la hipocondriaca, me incluyo más en la última que en la primera) se resguardó
en sus casas, se cerraron fábricas y escuelas, quienes pudieron mandar a sus empleados
a hacer home-office lo hicieron, bares y restaurantes se vaciaron o cerraron
por completo, dependiendo de las indicaciones de los gobiernos estatales y
municipales, lo mismo ocurrió con gimnasios, cines, teatros. Las calles se
vaciaron parcialmente pero un sentimiento de incredulidad, de que “aquí no pasa
nada” o de que el virus me “hace lo que el viento a Juárez” o de que simplemente
“no existe” o de que es una “invención de los perversos gobiernos del mundo
para controlarnos, para tenernos encerrados” (como si con eso ganaran algo),
siguió flotando por los aires ante la falta, en la mayoría de las ciudades
mexicanas, de escenas como las vistas en Lombardía, Madrid, Nueva York y
Guayaquil…
Supongo que seguiré escribiendo esta muy breve crónica abordando los meses posteriores al inicio de la crisis sanitaria en México.
Dar click ahí abajo para ver "La parte de China", escrita en junio del año pasado y a la que no tengo nada que agregarle ni quitarle, porque los chinos han probado con su manejo de la pandemia que convertirse en la segunda potencia económica del mundo ha sido todo menos una causalidad.
https://www.facebook.com/notes/10164250752385183/
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