La otra llave
Hay puentes que llevan a otra orilla y puentes que llevan a un misterio. Me detuve en el Pont des Arts, de París, para ver los curiosos ex votos que ahí deja la gente. En las rejas que escoltan el trayecto hay candados de muchos tamaños.
Le hablé del tema a Pierre, un amigo parisino, y bajó la
vista hacia su taza de café. “Es una larga historia”, contestó. Pensé que
contaría una leyenda de amor a orillas del Sena, pero habló en el tono de quien
confiesa algo que no acaba de descifrar. En forma accidental, provoqué que
contara una historia íntima.
Un par de años atrás, su novia, Claire, propuso que
colocaran un candado en el puente. Cada uno conservaría la llave. En caso de
que desearan romper la relación, bastaría abrir el candado. Así se ahorrarían
los dolorosos protocolos de la separación. No sería necesario decir: “Tenemos
que hablar”, para luego acudir a una falsa diplomacia: “El problema no eres tú,
soy yo”. Si uno de los dos se hartaba, podría tirar el candado a las sucias
aguas de una ciudad casi perfecta.
Pierre trabaja en el Louvre, de modo que el Pont des Arts
está en la ruta a su despacho. Una tarde recorrió los tablones del puente
anticipando la cena en un restaurante donde las reservaciones son una forma de
milagro. La temperatura del aire era estimulante, el sol daba un tono dorado a
las frondas de los árboles, el río tenía un agradable modo de ser gris, los
edificios se alineaban como un sueño de la razón. Pero el candado no estaba
ahí.
Recorrió el puente, sumido en la confusión, hasta que
descubrió el candado en otro sitio. Claire no lo había quitado; simplemente lo
movió.
Durante la cena, ella habló del zen, donde todo es
fácilmente simbólico:
- En los jardines de arena, las piedras hablan –sonrió con
delicadeza.
Como el nombre de mi amigo significa “piedra”, se sintió
aludido sin sentirse sutil. ¿Debía ser más sugerente, comunicar las coas que
dicen los jardines de arena? No se atrevió a mencionar el candado.
A lo largo del otoño, el talismán se siguió moviendo. El
amor de Claire jugaba a las escondidas. Ante la posibilidad de perderla, mi
amigo se esmeró en darle señales amorosas. Ella parecía contenta de la forma en
que él reaccionaba a las sugerencias del candado.
Un domingo de lluvia en que no querían ir a ninguna parte,
Claire dijo:
- Hay algo que no sabes.
Habían puesto el candado para evitar esas conversaciones,
pero de pronto ella lo miraba con terribles ojos profundos.
- Perdí la llave –añadió.
Si ella no la tenía ¿quién movía el candado? Claire no había
vuelto al Pont des Arts desde que sellaron su pacto. Creyendo seguir una
exigente estrategia, Pierre la había amado con solícito detalle. En realidad,
obedecía los designios de otra persona.
Dejaron de verse unos días. De pronto, ella le mandó un
exultante SMS: la llave había aparecido, sobre su escritorio.
Pierre leyó el mensaje mientras cruzaba el Pont des Arts. Un
segundo después, la buena noticia fue negada por la realidad: el candado había
vuelto a moverse. ¿Claire estaba loca? Esta idea era menos absurda que otra,
más inquietante y probable: alguien había hecho un duplicado.
Aunque había varios candidatos para el hurto, Pierre pensó
en Sylvie, una pelirroja que le gustaba mucho. ¿Quería acercarse a él a través
del inventivo uso de la llave? Hasta antes de conocer a Claire, mi amigo había
sido célebre por las indecisiones amorosas que confundía con conquistas.
Recordó la manera en que Sylvie se despejaba el fleco con un soplido y se animó
a hablarle.
Se reunió con ella en un café. Al verla, deseó que fuera la
autora de la estafa. Asombrosamente, su intuición resultó correcta: Sylvie
tenía la tercera llave. Mi amigo le tomó la mano, pero ella lo rechazó: no
había usado la llave para acercarse a él, sino para ayudar a Claire. Contó lo
mucho que su amiga sufría por la falta de sensibilidad de Pierre. Se refirió al
“bosque de los símbolos” de Baudelaire y dijo que algunas personas no entendían
los signos: eran como piedras. Ella se había valido del candado para estimular
la incertidumbre de mi amigo. Gracias a eso, el antiguo don Juan tuvo inauditas
atenciones con Claire.
- Sé que la quieres, pero siempre quieres algo más –comentó en
el molesto tono de una semióloga que además es una pelirroja extraordinaria-:
He visto cómo me miras. Espero que sigas tratando a Claire como si el candado
se moviera. Acuérdate de lo que escribió Ramuz: “Una felicidad es toda la felicidad,
pero dos felicidades no son ninguna felicidad”.
Acto seguido, le entregó la llave.
Pierre lamentó la frivolidad de haber codiciado a esa mujer bellísima
y la vanidad de creer que ella se había tomado todas esas molestias por él y no
por su amiga.
Se casó con Claire a los pocos meses. Lo único que le
inquieta de esa dicha es que fuera perfeccionada por otra persona. Sylvie le
dio la clave para amar a Claire.
En ocasiones pasa por el Pont des Arts, abre el candado y lo
cambia de sitio, como alguien que se lee el Tarot a sí mismo.
-La vida manda señales raras –me dijo mientras revisaba sus
mensajes de texto, donde nunca encontrará algo tan sugerente como los candados
del Pont des Arts.
"¿Hay vida en la Tierra?", Juan Villoro.
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