Un día en DF y sus aristas

1. A la embajada asistí a la creación de una nueva Cámara de Comercio México-China, esta vez facilitada por la propia embajada de China en México. Lo esperado: muchos chinos haciendo negocios (a mi jefa le dije que me sorprendía que ella fuera la única mujer empresaria presente.. ah, tan barbero yo, o sincero, ya no sé); discursos protocolarios (de huevísima el que estuvo a cargo de PROMEXICO); algunas fotos con gente bonita; un festín de comida china, etc. Hubo un par de chinitas que lograron distraerme, pero no tanto como una chamaca de cabello chino, preciosa, vestida de negro, con la que me encontré cara a cara en una ocasión y me devolvió una sonrisa; la volví a topar de nuevo y nos sonreímos en complicidad; luego, cuando estaba en lo de ir a abordarla, preguntarle su nombre, obtener su correo o cualquier cosa, me pegó un grito mi jefa para hablar con un tal ingeniero Cuéllar en un salón privado. Gran suplicio esa charla sobre minerales, asociaciones, que hasta pensé en pedir 2 minutos para ir al baño y buscar a la chamaca, pero no lo hice. Al salir de la reunión la chica no estaba más y me dio por ponerme a mentar madres.

2. A la salida mi jefa me habló de una tienda en la que comprar cosas, en la calle Mazaryk, que es la calle de la vendimia cara en Polanco. Me dijo, ahí es. El sr. Zhang, fastidiado de ir de compras con ella, se quedó en el auto a echar la siesta. La tienda se llamaba Hermes (en la vida la había oído mentar, tan prole yo). Nada fuera de lo común lo que en esos aparadores se exhibía, hasta que revisé los precios. Será posible que mi jefa se compró una bolsa de $59,000 pesos y estuvo apunto de comprarse otra de $160,000.00, que a pesar de los precios la tienda estaba concurrida, que había gente comprando a manos llenas, saliendo con 3 o 4 bolsas con ropa y chingadera y media. El sr. Zhang entró de pronto me dijo que se había vuelto loca, después revisó el precio de una chamara de cuero ($149,000.00) y dijo que lo único particular que tenían las cosas que ahí vendían eran el precio. Le di la razón. Pregunté a mi jefa si en China había la misma tienda y dijo que sí, pero que ahí no se puede comprar nada por que los aparadores están siempre vacíos, por que los chinos tienen mucha lana y acaban con todo. Enseguida noté que entre los clientes que entraron durante las dos horas (insoportables) que estuvimos ahí hubo dos chinos. Al salir de la tienda me puse a pensar en lo distinta que puede ser la realidad para cada quien (la desigualdad social crea abismos inimaginables), en lo alejado que está eso de comprar una prenda de cien mil pesos de mi propia realidad y en lo feliz que me siento de que así sea.



3. En la noche tocó cenar buffet de comida coreana. Fufff, la echaba de menos, en China era lo de al menos una vez por semana.

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