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Mostrando entradas de abril, 2012

Ingeniería del destino

El destino no es que dieras vuelta en el momento preciso, entraras al hotel, te detuvieras un poco a bromear con el bell boy y ella te alcanzara en el elevador justo cuando apretabas un botón, porque ese destino, que no es más que un montón de cotidianas y permanentes coincidencias, no hubiera tenido nada de relevante no si la hubieras abordado, preguntado rápidamente por esto y por aquello, sonreído, etcétera. No fue el destino el que quiso que con ella salieras de bares, que la pasaran de fábula, que la besaras; fuiste tú mismo y la anuencia de ella a que todo sucediera.

De lo que de pronto por aquí merodea

Cuando veo este ir y venir de rostros, todos distintos, todos únicos, con su propio pasado, sus propios temores y deseos, no puedo menos que pensar en lo irrelevante que pueden ser los míos propios (al menos tanto como poco me preocupo por los de ellos, tan variados y tan ajenos a la vez) y en esa tendencia tan humana a dar demasiada relevancia a ciertas cosas. Estamos de paso y no hay más que el ahora. Los esfuerzos por un futuro mejor son vanos si esos esfuerzos no nos proporcionan felicidad inmediata. Es fácil que la codicia por lo material nos haga perder el rumbo de lo que realmente deseamos. Una aspiración proyectada a largo plazo puede, de un momento a otro, desmoronarse como la ilusión que quizás sea. Obstinados en creernos dueños de nuestro destino, vivimos sin reparar en lo poco que sabemos siquiera del futuro inmediato. Así como resulta imposible librarnos de la carga de nuestro propio pasado y ocurre que la añoranza del futuro nos embrutece y nos cega, así valdría bien la