Soñar en grande

Mardin, 2018

Mi vida, tan frágil, tan limitada, tan poco interesante, tan de un instante en la historia del universo, de un universo que se expande incesante y para el que nada somos, tan poca cosa en un planeta poblado por casi 8 mil millones de congéneres que luchan cada día por un algo, ya sea un sueño o una esperanza, ya sea únicamente por sobrevivir porque así les tocó vivir y no tienen sobre la mesa más pábulo que un tazón de arroz o un platito de cuscús. Mi vida, que se va, como la de cualquiera, en lo que un suspiro y cuyos años transitan a una velocidad tan rápida como imperceptible, no busca mayor trascendencia, mayor significado, que el de pasarlo bien y ser bueno bajo la moral judeocristiana que nos rige, bajo el yugo y el arropo del capitalismo, que es lo que hay. No queda más, en fin, que pasarlo bien o al menos intentarlo con fervor. De los 18 a los 35, es decir, del inicio de la segunda mitad de esta vana vida a la fecha, fue querer verlo y vivirlo todo, dejándome la juventud en cada rincón posible de este bello mundo, gozándola, bebiendo y trasnochando cuando valió la pena, pasando de una cama a otra como si nada más importara, o enamorándome y sabiéndome querido aunque fuese sólo por unos cuantos meses o un par de breves años. Una vida a tope, sin caer en excesos innecesarios que me arrojasen al vacío, porque de haberme dejado llevar quizás estaría viviendo bajo un puente y no imaginando el futuro. Una vida sin nada de particular, con sus etapas y sus personas entrando y saliendo todo el tiempo, gente querida a la que tuve que dejar ir y conservar en la memoria porque todo siempre tuvo una fecha de caducidad que se llegó muy pronto. De entonces a estos días había sido vivir sin un techo permanente, sin hacer nuevas amistades con las que convivir cara a cara por años porque siempre se interpuso una mudanza y sin un remolque, alguna mujer única o algún hijo que me ataran. Todo esto fue así hasta hace una nada, lo que ha durado ya la puta pandemia, tiempo en que la vida ha dejado de ser ese periplo interminable y en que me he propuesto un poco de estabilidad y un ancla, unos dos o tres años que he de dedicar al trabajo, al ahorro, a la inversión, al sacrificio del despertador y la rigidez de los horarios. Después será la gratificación, lo espero confiado, para poder permitirme, acompañado, un road-trip de mi querida Morelia a Alaska y de vuelta hasta los Cabos y un viaje mochila al hombro que comience en Cartagena de Indias y termine en Ushuaia, para después remontar a través de las pampas hasta el Río de la Plata y más allá, hacia el Brasil profundo. Quisiera ver tantos países y como paisajes, tantas gentes y culturas, probando toda gastronomía posible, ya con la lente que da la madurez y las canas (espero que no sean tantas para cuando pueda volver a permitirme esa vida errática que añoro), y tomarme sin prisa unas cañas y sus respectivas tapas a los pies del Alhambra, ver un atardecer tras otro en remotos parajes africanos y volver a recorrer China, ya no sus prósperas provincias costeras, sino sus ciudades y pueblos del interior, sus cordilleras y sus desiertos, y dejarme llevar río abajo fluyendo en una barcaza con el cauce del Mekong; resbalar en un mal paso sobre el hielo firme del lago Baikal y recorrer Indochina de Hanói a Kuala Lumpur para tomar un avión a Manila, que algún recuerdo del México colonial debe conservar, y recorrer todos esos países que en algún momento estuvieron bajo dominio de Gengis Kan, de Tarmelán y de la URSS, caminando sus estepas y escalando lentamente sus escarpadas montañas, y hacer todo esto y más ya sin la vitalidad de la primera treintena de años, que fue de mucho beber y mucho follar, de mucho reír y también de aprender a la mala, pero sí con el ímpetu de querer verlo y vivirlo todo, como ha sido desde hace tanto tiempo y como seguirá siendo, hasta el último aliento. Le pido mucho a la vida, ya lo sé, pero qué otra cosa se puede hacer cuando vida sólo hay una, cuando el tiempo mismo no da treguas ni segundas oportunidades y cuando todo se dispersa como una niebla bajo el sol de mediodía.

Salar de Uyuni, 2014

No quiero ni una casa grande ni un auto de lujo, pero sí suficiente como para seguir llenando esta vida de experiencias y recuerdos diversos. Espero que llegado el día en que parta nuevamente, libre y sin calendario, hacia alguno de esos lugares que tanto quiero ver, pueda volver a este texto y sonreír feliz y satisfecho.


Gran Muralla China, 2009

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