Dos relatos muy breves

 Un relato muy breve

Una calurosa tarde, en Padua, lo llevaron a la azotea y pudo ver la ciudad desde lo alto. En el cielo había vencejos de chimenea. Al cabo de un rato oscureció y encendieron los reflectores. Los demás bajaron y se llevaron las botellas con ellos. Él y Luz los oían desde el balcón. Luz se sentó en la cama. Se sentía tranquila y fresca en la noche calurosa.

Luz estuvo tres semanas en el turno de la noche. Se lo permitieron con mucho gusto. Cuando lo operaron, ella se encargó de prepararlo para la mesa de operaciones; y bromearon con lo de amigo o enema. Se sometió a la anestesia con el firme propósito de controlarse y no parlotear de cualquier cosa al llegar los momentos de estúpida locuacidad. Cuando comenzó a andar en muletas, él solía tomarse la temperatura para que Luz no tuviera que levantarse. Había pocos pacientes, y todos lo sabían. Apreciaban a Luz. Cuando él regresaba por los pasillos imaginaba a Luz en su cama.

Antes de regresar él al frente, entraron en el Duomo y rezaron. Era un lugar silencioso en penumbra, y había más gente rezando. Querían casarse, pero no había tiempo para las amonestaciones, y ninguno de los dos tenía el acta de nacimiento. Se sentían como si estuvieran casado, pero querían que todo el mundo lo supiera, y también querían estar casados por lo que pudiera pasar.

Luz le escribió muchas cartas que a él no le llegaron hasta después del armisticio. Al frente le llegó un fajo de quince que él clasificó por orden cronológico y leyó seguidas. En todas le hablaba del hospital, de lo mucho que lo amaba y de que se le hacía imposible estar sin él y de lo terrible que era echarlo de menos por la noche.

Después del armisticio convinieron en que él volviera a su país para conseguir un trabajo y poder casarse. Luz no iría hasta que él tuviera un buen trabajo, y pudiera ir a Nueva York a reunirse con ella. Quedó entendido que él no bebería, y que en Estados Unidos no vería a sus amigos ni a nadie. Lo único que tenía que hacer era conseguir un trabajo y casarse. En el tren de Padua a Milán riñeron porque ella no quería ir a Estados Unidos enseguida. Cuando tuvieron que despedirse, en la estación de Milán, se dieron un beso, pero no habían hecho las paces. A él le sentó muy mal tener que despedirse de ese modo.

Él se fue a Estados Unidos en un barco que zarpó de Génova. Luz regresó a Pordenone para abrir un hospital. Era un lugar solitario y lluvioso, y había un batallón de arditi acuartelado en la población. En aquella ciudad lluviosa y llena de barro, el comandante del batallón le hizo el amor a Luz, y ella, que no conocía a los italianos, al final le mandó una carta a Estados Unidos para decirle que lo suyo había sido tan solo un amorío adolescente. Lo lamentaba, y sabía que probablemente él no lo comprendería, pero quizá algún día la perdonaría y le estaría agradecido, y le dijo que esperaba, de una manera totalmente inesperada, casarse en primavera. Ella lo amaba como siempre, pero ahora comprendía que había sido un amor adolescente. Le deseaba que tuviera éxito profesional, y creía absolutamente en él. Sabía que eso era lo mejor.

El comandante no se casó con ella en primavera, ni nunca. Luz jamás obtuvo respuesta a la carta que envió a Chicago. Poco tiempo después él contrajo gonorrea, contagiado por la dependienta de unos grandes almacenes de la zona comercial de Chicago mientras iban en un taxi por Lincoln Park.

 

Capítulo V

Fusilaron a los tres ministros del gabinete a las seis y media de la mañana contra la tapia del hospital. En el patio había charcos de agua. Sobre las losas del patio había hojas muertas y mojadas. Llovía a cántaros. Todas las contraventanas del hospital estaban atrancadas con clavos. Uno de los ministros estaba enfermo de tifus. Dos soldados lo llevaron abajo y lo sacaron a la lluvia. Intentaron que se mantuviera erguido contra la tapia pero acabó sentado en un charco de agua. Los otros cinco estaban de pie, totalmente inmóviles contra la tapia. Al final el oficial les dijo a los soldados que no valía la pena intentar que se mantuviera en pie. Cuando dispararon la primera descarga estaba sentado en el agua con la cabeza sobre sus rodillas.

 Cuentos, E. Hemingway.



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