Lujos

Cuando le pregunté al señor Zhang si la cena estaba buena me respondió que mamahuhu (马马虎虎, más o menos; caballo-caballo-tigre-tigre si no atenemos a la traducción literal). Después me dijo que es casi una ley que en los lugares lujosos la comida no sea tan buena y que en lugares más bien modestos uno puede meterse unos verdaderos banquetes. Supongo que hay cierta relación entre lo que cuesta el consumo, lo que esperamos recibir y, finalmente, a lo que nos sabe lo que comemos. Por más que sepamos que aparte de la comida también estamos pagando por los manteles, las velas y el rumor de las olas al romper, mientras más elevada sea la cuenta será más fácil llevarnos ulguna leve decepción o, incluso, la sensación de haber sido estafados.

Estos días de viaje con mis jefes ha sido todo lujo, desde el lugar en que nos hospedamos hasta las comidas que procuramos. Me quedo con la sensación de que algunos lujos tienden más a lo artificial que a otra cosa. Seguramente, más felices serían mis horas bajo las estrellas, junto a una fogata, tomando cerveza entre amigos, que atendido por la servidumbre de 4 meseros, cenando a la luz de románticas velas, comparando en qué país salen más caras las cuentas. Es curioso que para mi jefa todas las cuentas seas baratas. Supongo que todo tiene que ver con el estilo de vida al que se está acostumbrado. También me da por pensar que ese tipo de comentarios no tienen otro objetivo que el de exhibir su poder.

Aunque me gusta darme pequeños lujos, sobre todo cuando se trata del buen comer, me doy cuenta que no hay grandes diferencias entre el placer que me produce comer unos tacos callejeros y el que me produce un filete de salmón. Lo verdaderamente lamentable sería dejar de disfrutar lujos más bien pequeños, pero lujos al fin, como los son un atardecer, una buena lectura, la compañía de quienes nos son queridos y están de paso, etcétera, por buscar lujos más bien artificiales.

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