Vivir la utopía

Imaginar un lugar en el que no trabajas por dinero, por que simplemente no necesitas ese dinero ya que, en compensación, todas tus necesidades básicas son cubiertas. El trabajo te gusta y no hay forma de que te quejes, lo pasas bien sabiendo que ayudas a otros, que compartes con otros, haciendo algo provechoso sin que esto te genere estrés ni tengas la preocupación de obtener un ingreso para pagar una renta a fin de mes, un almuerzo, el papel higiénico en el supermercado. Así he vivido estos primeros días en las montañas de Gangwondo. Bien sé que detrás de este intercambio del que participo, en el que se cubren mis necesidades a cambio de unas horas de trabajo voluntario al día, hay una cuota que tuve que pagar, hay calcomanías que dicen que el centro educativo forma parte de una fundación de Samsung, hay apoyos de gobierno, hay aquí quienes gozan de un salario, profesores, cocineros, gente con sus propios gastos; hay impuestos y cuentas por pagar cada mes por los servicios de siempre, electricidad, agua, internet, etcétera.

Sin embargo, a pesar de que conozco de primera mano ese sistema que hace posible este voluntariado, aquí me siento totalmente ajeno a él. La experiencia es aún poca, pero suficiente como para comprender a aquellos que se marchan al campo, a vivir en una comunidad autosuficiente, escapando de las jerarquías, la ambición, el consumismo y la contaminación de las ciudades.

Es curioso que esas utopías, que pretenden reducir el estrés y la presión humanas buscando únicamente cubrir las necesidades básicas del hombre y la felicidad a través de una vida sencilla, no sean más que eso, ideas de difícil aplicación. Digo que es curioso que sea así, por que lo más sencillo sería buscar una vida "sencilla", no viceversa. Sin embargo, vivimos en una sociedad que se ha vuelto tan complicada que parece imposible dar marcha atrás.

Es poco el tiempo aquí, lo sé, pero cada día me convenzo más de lo triste que es pasarse la vida ambicionando "lo mundano", cuando se puede ser feliz con tan poco. Y luego cae de sorpresa enterarse de que los países ricos no suelen tener las poblaciones más felices, cuando en realidad el fenómeno es obvio.

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