Corea, Suz.


Sin duda desperdicié algún par de ocasiones para besarla. Quizás la más evidente fue cuando, con unos tragos encima, me ofrecía su mano para que la tomara y recurriéramos juntos el metro de Seúl, como dos amantes en fuga, como quienes se cortejan y se buscan sabiendo que no existe un mañana. Si hubiese tenido el valor suficiente, si hubiese sido otro o si hubiese sido quien he llegado a ser en otras ocasiones, la habría tomado por la cintura de pronto, acercándola a mi cuerpo, recargándome contra una pared o una columna del metro con todo y ella, sin dejarle más opciones que la responderme el beso. Pero bueeeeno, dejé pasar el momento y al cabo de unas horas aceptaba ella unos tragos de un italiano (sin que eso quisiera decir otra cosa que la imposibilidad de estar a su lado) y yo me dejaba marginar por la embriaguez y por las altas horas de la noche, caminando solo y extraviado de vuelta al hostal (me perdí como media hora, cual borracho noctámbulo, sad but true story).

Varias veces coincidimos durante esos meses en Corea. Tras estos encuentros, en los que definitivamente no moví bien mis fichas, no podía ya hacerme demasiadas ilusiones sobre la última ocasión que nos veríamos en Seúl. Esa última vez, fueron unos tragos en un bar y fue su compañía toda la noche, fue la vuelta juntos al hostal y fue su manera tan directa, tan francesa quizás, de decirme que opciones habían dos: que no ocurriera entre nosotros nada y continuáramos tan amigos como siempre o, que ocurriera algo esa noche y nos olvidáramos de habernos conocido. En el punto más alto de esa madrugada que deseaba fuera nuestra y al calor indeciso de un calefactor a gasolina, me permití tomar sus manos de nuevo, ambas, mirarla a los ojos y tartamudear un par de sandeces antes de atinar a decir la sandez definitiva: “si no fuera porque sé que tienes novio y porque valoro tu amistad (puto, putísimo comentario el de la amistad + el de hablar del novio), te habría intentado besar desde hace mucho tiempo”. A ella, que es mujer, le sonó a música lo que le dije, así que se sonrío y me dijo merci en varias ocasiones; luego habló de lo feliz que la hacía sentirse atractiva para otros (yo, pobre diablo) después de 6 años de relación. A mí, que no dejaba de sorprenderme que dudara de su belleza, de su hermosa figura (buenísima que está la Suz, oh oui), de lo atractiva que es simplemente por lo muy verde de sus ojos y por lo natural de su sonrisa, no tuve más remedio que seguirla halagando, sabiendo que ya había consumado toda posibilidad de al menos comerle el boquino cuando escogí la primera opción con mi comentario marica, y que de esa noche me llevaría sólo con un par de recuerdos, recuerdos que  ahora sé fueron el de su rostro sonriente a unos centímetros del mío (su rostro bellísimo esa noche y mi total frustración), y el de la cálida sensación de nuestros dedos entrelazados.

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