De lo mucho que nos repetimos


Esa propensión tan humana, tan moderna quizás, de repetirnos. Que pasen los años y seamos los mismos no me sorprende, porque la personalidad es una. Que tengamos un modo de hablar, ciertos gestos tan únicos o tan similares a los de nuestros padres y hermanos, de quienes sin notarlo hemos adoptado, tampoco es una sorpresa. Lo que me entretiene ahora no es la forma, sino el contenido: Contar la misma anécdota o hablar a distintas personas sobre algún tema que nos es familiar, suele resultar en una repetición del orden y de las palabras empleadas, una repetición incluso del exhalto o la frialdad con que nos comunicamos. Para quien nos escucha por primera vez referir tal historia, moldeada por formas y frases ensayadas, en cuya narración sentimos que pisamos terreno firme, escucharnos puede fácilmente cautivarlo. Para quienes han tenido la desdicha de escucharnos contar lo mismo a distintas personas no podemos menos que resultar en la monotonía y en el enfado. Repetirnos de este modo equivale a reflejarnos ante muchos espejos que nos devuelven la misma imagen o a convertirnos en hologramas proyectados en distintos tiempos y espacios, cultivando, de a poco, el nada árduo hábito de la pereza mental.

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