El juicio de los sojuzgados

Es común que cuando comento a alguien la idea de dejarlo todo para irme de viaje me observen:

1) Como alguien a quien se le ha salido un tornillo.
2) Como un aventurero digno de admiración.
3) Como un pobre diablo con hartos resabios de inmadurez.

A estos últimos los descarto, porque no hay un acto de mayor madurez que el de tomar una decisión difícil con templanza y determinación. A quienes me ven como un loco que se vayan mucho a que los lama la ballena también, bien sé que si así me juzgan es porque su vida ha sido moldeada por la insularidad y por que el horizonte simpre les ha parecido demasiado lejano (such a pity). Muchos de esos que admiran el dejarlo todo por un viaje, por vivir un poco más a tope esta vida que es única y procurar descubrir un cachito más del mundo, quisieran tomar decisiones similares pero no lo hacen por que se creen que está fuera de su alcance -ahhh, si todo es posible, cosa de desearlo y darle alcance- o por que simplemente se les frunce.

A tod@s ell@s, quienes al no comprenderme me tildan de loco, de inmaduro o de aventurero, los prevengo: Nada de extraordinario tiene el dejarlo todo por hacerse a la mar; basta con echarse la mochila al hombro un rato para descubrir que este mundo está lleno de viajeros, que lo que uno emprende lo han emprendido tantos otros, que no hay pioneros, somo tantísimos que los estilos de vida son tan variados como válidos.

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