Diario de plataformero (1)

 29 de septiembre de 2019.

No soy una persona fuerte. No soy valiente. Mi piel, como la de cualquier otro, es delgada y se rasga con facilidad. Imagino que al ser llamado al frente, a luchar por mi país, sería de los primeros en desertar o en evadir el llamado de la patria.

El miedo muchas veces está relacionado con la ignorancia o con una percepción falsa de lo que es la realidad, de lo que son "las cosas". Para poner en riesgo la integridad propia hay que ser o muy idiotas o de plano estar comprometidos con una causa superior a la vida misma, con algún valor o alguna idea por la que valga la pena sacrificarse, como hacían los fanáticos del efímero Estado Islámico a quienes en vida se les prometió la violación masiva de mujeres prisioneras como incentivo a su reclutamiento y en el más allá un paraíso de fuentes cristalinas con nenúfares, manjares de todo tipo y decenas de doncellas vírgenes a disposición de cada yihadista. Matar o morir por una noble causa, por una ideología o una religión, "socialismo o muerte" habrían clamado miles de rojillos por todo el mundo hace unas décadas (ya no más, para fortuna del mundo "la revolución" ya no pasa de hacer pintas sobre inofensivas paredes y lanzar twits incendiarios desde un rincón bien iluminado y con calefacción). 

¡Cómo han cambiado los tiempos, pero no los miedos! Estos son tan antiguos que se remontan a la expulsión del Edén y a lo que vino después: el miedo a la caverna, a la noches y sus sombras, a las fieras salvajes y a los bosques encantados de espíritus malignos; espíritus que transformaríamos en dioses humanamente vengativos o misericordiosos, que traerían la fertilidad o la sequía, el castigo o el bálsamo, pero que en cualquier caso darían sentido y orden a nuestras vidas bajo la promesa de la reencarnación o de la vida después de la muerte, que es el otro gran miedo plegado a nuestra existencia, aunque a veces hagamos como que no existe hasta que la vemos de frente o reflejada en los ojos de quien queremos. 

Mi miedo no es menos humano que esos que menciono, ni tampoco menos involuntario, pero posiblemente sí más injustificado: en un par de semanas "subiré" a una plataforma petrolera para enfrentar ese miedo a lo desconocido, pero también para vivir una experiencia nueva. Una vida que vale la pena ser vivida es aquella que se a nutrido de las más diversas experiencias. Ya si algunas de estas implican ciertos riesgos es parte del paquete y qué le vamos a hacer. 


7 de octubre de 2019.

Los trámites para trabajar en una plataforma petrolera son realmente engorrosos, se tiene que pasar por un montón de cursos de seguridad, exámenes médicos e incluso prácticas de cómo sobrevivir en alta mar dentro de una piscina. 

Desde luego, los cursos instruyen mucho y se aprenden cosas muy útiles, no sólo para un trabajo de riesgo como el del plataformero, sino para la vida misma. Aparte de información relevante, de consejos bienintencionados, en los cursos también hubo ejemplos explícitos de "por qué se debe trabajar con seguridad" y no faltaron los de videos de personas accidentadas en las más inusuales o increíblemente ordinarias situaciones: electrocutados, aplastados por mercancías de todo tipo tras un mal manejo de grúas y montacargas, gente cayéndose de escaleras y plataformas a diferentes alturas o sepultadas por andamios desplomándose como un castillo de naipes. Los cursos incluyeron un documental sobre un accidente de la plataforma Piper Alpha en el mar del Norte inglés: 160 víctimas mortales por 80 sobrevivientes que salvaron el pellejo de milagro, todo aderezado con la pirotecnia de la plataforma en llamas, resquebrajándose a lo largo de una hora y media de explosiones y testimonios en los que no faltaron las lágrimas y el drama. Genial, lo que cualquier novato de las plataformas petroleras necesita para convencerse de que lo que está a punto de hacer no es una estupidez. No por nada uno de los instructores mencionó que hay gente que después de asistir a los cursos decide no subir, es decir, que se raja. 

Si a lo catastrofista de lo que presentan en los cursos de seguridad se añaden los comentarios de quienes ya han trabajado ahí, pero que por algún motivo tuvieron que tomar los cursos nuevamente, para renovar un permiso vencido o algo por el estilo, sentir miedo y tener muchas dudas se vuelve inevitable. Se escuchan frases como "esa madre es una bomba de tiempo", "uno se va, pero no sabe si regresará, si volverás a ver a tu familia", "conozco varios que se han accidentado, que se han caído al mar" "sobre todo debes cuidarte del ácido sulfídrico, si lo respiras te mueres". Lo curioso es que esas mismas personas tienen 10, 15, 25 años de experiencia en plataformas y se los ve completitos, con cinco dedos en cada mano y sin más cicatrices que las del acné de su juventud, y es cuando sus dichos con la evidencia de una integridad física intacta empiezan a no cuadrar del todo. Curiosos somos los mexicanos y nuestro perverso fatalismo, esa forma socarrona que tenemos de meterle miedo al otro con una sonrisota de lado a lado. ¿Se les puede creer a estos bueyes? Sí, pero no del todo.

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