Las múltiples ocupaciones

Rellenadores de baches: desde temprano, pala en mano, un grupo disperso de tres personas, un niño, un muchacho y un anciano, comienzan la labor de tapar los incontables baches de la carretera estatal La Huacana-Poturo. Toman la pala y de las orillas del camino recogen arena o tierra, que luego utilizan para laboriosamente ir llenando los nuevos hoyos que trajo la temporada de lluvias. No me queda claro si el gobierno municipal les paga algo, pero se pasan todo el día a la intemperie, pendientes de que no quede un bache sin tapar y de las monedas, el agua o las fritangas, que generosamente la gente que por ahí transita les da.

Chaponeadores: Por suerte no es trabajo de todo el año, por que es aún más árduo que el de andar rellenando hoyos todo el día. Los chaponeadores tienen la labor de, machete en mano, ir cortando los arbustos que comienzan a comerse la carretera de tan crecidos que están. También he visto congregarse, hacia el final de la temporada de lluvias, a comunidades enteras para salir a las brechas y carreteras contiguos a sus comunidades a realizar labores de chapoeo. Se ve de todo: señoras en edad avanzada, niños, jóvenes, viejos, perros que acompañan con su ladrido.

Despachadoras: Son los hombres de las rancherías, los perforadores mineros, los choferes y los soldados que por ahí pasan, quienes han forjado la leyenda viviente de la despachadora del tope. No la conocía pero, habiendo escuchado tanto de ella, no tuve más remedio que detenerme después del tope, uno de esos días en que me tocó conducir solo a la mina, para ver de quién se trataba. No exagero al decir que es la criaturita más guapa de la región (tampoco hay muchas por estos rumbos), ¡qué luz la de sus ojos, qué sonrisa tan sincera, qué muñeca! Me pedí una cerveza y, aunque chiviado, no dude en preguntarle su edad. Cuando respondió que tenía 15 años, no pude menos que echar por tierra mis pocas ilusiones.

Mañosos: Creía que eran seres sacados de un libro de ficciones, por que de ellos se dice que son omnipresentes, que no hay mosca que por ahí vuele que no pase por el escrutinio de ellos, hombres que al parecer todos conocen pero nadie que señala, o que nadie se atreve a señalar. De momento conozco algunas de sus reglas: multa de diez mil pesos por pelearse, multa por rechinar las llantas de los carros, madriza por sacar troncos del cerro, cuota cuantiosa para empresarios mineros, etc. Hasta hace poco los creía parte del imaginario colectivo local, pero no fue sino hasta hace dos días que, mientras conducíamos de vuelta al pueblo, alguien dijo: Mira, ahí traen los tubos, los de "la maña". Observé con atención y a través del cristal de la cabina trasera de la camineta que avanzaba delante de nosotros, alcancé a ver la silueta de dos fusiles, acomodados detrás de los asientos. Todavía me atreví a bromear con mis compañeros: por qué no les dices que unas carreritas; pero mi broma fue más bien recibida con una mirada fría.

Matones: El "Potrero de Corpus" es la última ranchería antes de llegar a la mina, a través del camino de terracería. De ese lugar -por el que serpentea un pequeño arroyo, en el que hay una pequeña iglesia, una escuela rural y un caserío desperdigado, que está rodeada por pinos y encinos- he escuchado muchas historias: de cuando el ejército llegó y rodeó una pelea de gallos, en busca de uno de los Gaytán, quien aparte de derribar a tres verdes, logro huir por el monte; de los Huerta, familia de valientes y bravucones, de quienes sólo quedan rumores, corridos y gente que ha decidido cambiarse de apellido; de cómo El Potrero se fue convirtiendo en un pueblo fantasma, por que a quienes no mataron no les quedó más remedio que irse. Extras: 1) El arquitecto subcontratado por la empresa me comentó, el primer día que subió a la mina, que el lugar era muy bonito y que, a pesar de haber vivido toda su vida en La Huacana, jamás había pasado por ahí por que era un lugar muy peligroso; 2) Emilio, mi tendero de confianza, oriundo de una ranchería del rumbo de Zicuirán, me lo comentó un día que la región era peligrosa, que había un lugar llamado "El Potrero" donde estaba "bien pelada"; 3) de tres años a la fecha, los alrededores están tranquilos (los locales dicen que desde que Calderón le declaró la guerra al crimen organizado, los desmanes han pasado a las ciudades, dejando en paz a rancherías como las de por ahí, en donde todo era más bien la ley de la selva.

Temerarios: De la mina de enfrente, propiedad de un hombre continuamente mentado, un tal Victorino, se ha dicho que lleva 5 muertos en tres años. Unos murieron en alguna explosión. El último, vecino de la ranchería "Ojo de Agua", murió aplastado por una prensa.

Peones: Gente preocupada por su milpa y por lo que ocurre dentro del perímetro de su ranchería y no más allá de donde crece el último maizal.

Comentarios

  1. Ahondando en esas historias y con un poco de imaginación sacas para una buena novela.

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  2. sí pues Saurio, ya ves, que al final algo tiene de interesante eso de vivir en un pueblaco!

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